Quiero comenzar destacando el renovado debate sobre el legado de Alberto Fujimori tras su reciente fallecimiento. Esta reacción es comprensible, ya que ninguno de nosotros experimentó los efectos de su gobierno en su totalidad, más bien, solamente tenemos la versión propia de nuestra pequeña esquina de un país tan grande como el Perú. Como nación, debemos tomar conciencia de estas perspectivas diversas, reconocerlas y enfrentarnos a la complejidad de su legado—un legado que, si tratamos de resumir en un solo tuit o comentario casual en línea, solo invita a extender esta discordia que nos ha terminado de agobiar estos últimos días, por no decir años.
Si alguien está contando la versión de una persona que vivió 86 años en 280 caracteres, esta persona no está interesada en compartir la verdad del asunto, solamente está interesada en que las próximas elecciones tú votes como mejor le conviene. No olvidemos que la historia está llena de figuras que hicieron cosas positivas por sus países pero cuyos legados fueron embarrados por crímenes que cometieron. Podemos reconocer el beneficio de sus decisiones mientras aceptamos que su legado está profundamente viciado1. Hacer eso es lograr tener en cuenta la verdadera complejidad del asunto.
En este ensayo, no pretendo ofrecer un relato definitivo de Fujimori que abarque toda su complejidad. En cambio, intentaré explicar por qué es imposible para liberales como yo dejar atrás nuestra ira2. Primero, quiero expresar que reconozco que, para sus seguidores, Fujimori es el héroe que acabó con el terrorismo y el único que se atrevió a implementar los cambios económicos que posteriormente mejoraron la calidad de vida de millones de personas. Entiendo por qué algunas personas pueden tener esta visión de él3, y me encantaría tener esa conversación, ya que puede haber valiosas lecciones que aprender sobre política económica y de seguridad. Por ejemplo, podríamos explorar cómo validó Alberto que los comités de autodefensa merecían su expansión, o podríamos también examinar los detalles de los acuerdos que hizo con la comunidad internacional y los mecanismos a través de los cuales impulsaron la producción económica. Como estas, hay muchas otras discusiones productivas sobre el gobierno de Fujimori que me gustaría tener algún día con personas de cualquier orientación política, enriqueciendo así la deliberación de nuestra democracia.
Sin embargo, muchos no estamos dispuestos a tener esa conversación, al menos no con rivales políticos que se hacen desentendidos ante principios. Simplemente, no es posible entablar un diálogo sobre las contribuciones positivas de Alberto Fujimori si es que no se reconocen las razones detrás de nuestra ira. Es muy barato tratar de terminar esta discusión respondiendo que los efectos buenos de su gobierno opacan los efectos malos4. No estoy intentando hacer un balance de sus acciones, como si de sumas y restas se trataran, pues lograr eso es una tarea imposible: hay cosas que simplemente no se comparan 5. Es en realidad mucho más sencillo que eso; se trata de aplicar la ley de manera consistente. La ley es imparcial y no excusa a nadie por sus buenos actos pasados.
Esta ley fue la que condenó a Fujimori a pagar reparaciones civiles, sin embargo, el dictador falleció sin haber pagado un centavo. Esta ley lo condenó a 25 años de prisión, pero fue indultado al aprovechar un poder político que involucra amenazar con la destitución al presidente en funciones. Ese poder político, dicho sea de paso, está ahora bajo investigación por haberse obtenido mediante financiamiento ilegal (caso cócteles). El indulto fue luego confirmado por una decisión judicial que desafía el sentido común, socavando una vez más el estado de derecho6.
Cuando dejamos que Fujimori no obedezca la ley, estamos aceptando que hay peruanos por encima de la ley y por encima de otros peruanos. Esto no se debe permitir. No hay vergüenza en tener ira cuando proviene de un sentido de justicia. Es la reacción humana ante un hombre que fue un asesino y que escapó de su castigo.
Más allá de eso, es también nuestro deber cívico transmitir el mensaje correcto. Al celebrar a Alberto Fujimori, alentamos a una nueva generación de políticos que aspiran a seguir sus pasos corruptos. Entenderán así que ellos también pueden robar y matar sin conciencia, siempre que logren aferrarse al poder. Si logran hacerlo hasta el final de sus días, entonces recibirán un duelo nacional de tres días sin pagar por sus crímenes.
Lo mínimo que podemos pedir para que este “odio” hacia Fujimori termine es que deje de haber un esfuerzo político para negar los reclamos legítimos de una ciudadanía que ha sido atropellada por sus excesos. La deuda pendiente la tenía Fujimori con los familiares, con sus víctimas y con los peruanos a quienes robó. ¿Qué más le debía el Perú a Alberto Fujimori o a los fujimoristas? Absolutamente nada. Es por eso que no se nos puede culpar de ser los causantes de la división. La verdadera reconciliación proviene de abordar estas protestas, y solo entonces podremos pasar la página y comenzar a construir un consenso sobre el futuro del país.
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Aunque quizás el legado de Fujimori sea similar al de Pinochet, y su ejercicio del poder replicado por Chavéz, no me parece productivo mencionar estos símiles si lo que se quiere es convencer a los simpatizantes de Fujimori que este no fue perfecto. Existen otros ejemplos más generosos (y excesivamente generosos). Por ejemplo, Churchill es celebrado hoy en día por haber anticipado la amenaza que representaba Hitler, pero no se le celebra pues era un hombre profundamente clasista y tan racista que contribuyó a la hambruna en Bengala. Tenemos también a Thomas Jefferson, campeón de la democracia y de los derechos individuales pero que contradictoriamente se benefició de la labor de sus propios esclavos y que no reconoció a sus hijos con una de sus esclavas. Fujimori no esta al mismo nivel que estos personajes, ni en direccion ni en magnitud, pero son claros ejemplos que deberian servir para entender que las figuras historicas pueden ser complejas. ↩
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Por liberal, me refiero a una persona que valora el estado de derecho. Para aquellos que sólo les preocupa la economía, les hago recordar que sin estado de derecho, no hubiera sido posible la revolución industrial, la expansión internacional de mercados financieros, ni los derechos laborales que sostienen la clase media que sirve como motor de consumo. ↩
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Una visión que al fin y al cabo no deja de ser simplona. ↩
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Ni que decir de aquellos que pretenden que se puede postergar el juicio por que alguna otra persona fue peor (por ejem. Fidel). ↩
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¿Cómo medimos, por ejemplo, las violaciones de derechos humanos en términos del PBI? ↩
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Quiero hacer notar que no hago acá mención alguna de los cargos, de los que por cierto, no todos se les terminaron de imputar. Mencionar todos los cargos (sentenciados o no), como las esterilizaciones forzadas o el caso Pativilca, entre muchos otros, haria de este texto uno muy largo. ↩